URGENCIAS! Urgencias. ¿urgencias?

¡Asumámoslo! El servicio de urgencias tiene un romanticismo que lo hace muy atractivo, y no es otro que el cuidado de pacientes críticos. Tirando de definiciones, me estoy refiriendo a pacientes en situación de emergencia, o sea, que existe compromiso real (y no potencial) de la vida. Sin embargo, las emergencias en el servicio de urgencias son infrecuentes o su frecuencia es baja.

Estas afirmaciones las hago desde mi experiencia personal. En los sucesivos turnos de noche de los últimos 4 meses puedo relatar un máximo de 10 o quince situaciones de emergencia, incluyendo los
código ictus que han pasado por nuestras manos.

Como decía, estas situaciones son infrecuentes (afortunadamente) porque las más frecuentes son (de menor frecuencia a mayor según mis estimaciones) 1) Pacientes en situación fisiopatológica con potencial riesgo de muerte 2) Pacientes sin fisiopatología o con criterios de atención por parte de Atención Primaria.

Los pacientes del grupo 1 son el grupo en el que se constata una enfermedad en estado agudo y se empieza a tratar, estando en urgencias a la espera de ingreso o de mejoría para comenzar tratamiento ambulatorio, y son aquellos/as pacientes en el que se presupone una enfermedad y debido a la sintomatología se queda en observación a la espera de la confirmación mediante pruebas diagnósticas y de la evolución de su sintomatología.

Los pacientes del grupo 2 son el grupo que hace un mal uso del sistema sanitario porque desconoce los canales de atención, que cree que lo que le pasa es más grave de lo que realmente es, que tiene problemas de caracter sociosanitario, que insolidariamente aprovecha la cierta comodidad que ofrecen los servicios de urgencias.

Este grupo 2 es, hablando en plata, el grupo de lxs hipocondriacxs, de lxs que carecen de sentido común o experiencia en el cuidado y autocuidado, de lxs que acuden a urgencias porque no quieren esperar a que les den cita en el centro de salud, de quienes estigmatizan a los centros de salud con su conducta ya que no acuden a ellos porque no les harán pruebas complementarias de alta tecnología (y casi siempre basta con mirar las constantes, la clínica y como mucho un ECG, para saber exactamente lo que tiene), de los que vienen borrachxs como cubas y alguien los ha embarcado en una ambulancia cuando lo que tendría que hacer es estar durmiendo en su cama, de lxs sin techo que con conductas autolíticas para recibir atención (y me refiero a comida, aseo y el calor de una cama de hospital) las personas que no se toman los analgésicos o antipiréticos que solucionarían su problema, lxs adictos a los mórficos y algunos etc que no tengo presentes pero que seguro que se escapan a la taxonomía propuesta.

Podríamos quedarnos aquí y empezar a relatar anécdotas sobre las supuestas urgencias que conocemos (la señora que acude a urgencias por cefalea de 20 días de evolución, el señor que ha esperado 2 horas y cuyo motivo de consulta es que en ese día suspira más de lo habitual...) para desahogarnos. Sin embargo este ejercício pretende ser más práctico y útil. En la Sanidad, y muy especialmente en la pública, debemos cuidar con mucho mimo el uso/gasto de los recursos. Por eso me gustaría que aportásemos ideas realistas y de fácil aplicación orientadas hacia el que creo que es el problema principal: el uso abusivo de los servicios hospitalarios de urgencias. Y centraré el tema en los públicos, que es donde se gasta nuestro dinero.

Existen dos condicionantes ineludibles para llevar a cabo estas propuestas:
  1. Respetar el derecho a la universalización de la sanidad pública.
  2. Respetar el carácter gratuito de este servicio.


¡Hagan juego!

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