Noche de Reyes

Todos los nombres que aparecen en el relato han sido inventados para no revelar datos personales.



-        -  ¿Quiénes sois? Que con la barba y el pelo no os reconozco.

-        -   Somos nosotros. Los de todos los años, Melchor, Gaspar y Baltasar.

-        -   Jajaja, vaya payasos…




Pero… ¿Qué tiene de malo fantasear una noche al año? Más bien, en mi opinión, el error es no creer en la magia los 364 restantes.

No voy a enredarme en el relato de mil anécdotas que suceden en una noche así. Ni en describir esa cara mezcla de ilusión y sorpresa que se despierta en los pacientes, (contra todo pronóstico, agradecen más el acto los ancianos y personas mayores que los propios niños). Aunque eso también merecería un capítulo aparte, ¿qué es lo que les conmueve tanto? No creo que sea un retorno a la infancia propia. Porque dudo que en la posguerra la mayoría de ellos tuviesen nada para abrir, más bien será el recuerdo de aquellos momentos que han vivido con sus hijos y nietos en sus hogares. Para algunos más lejanos, para otros más cercanos, pero tampoco importa demasiado cuál es la razón de ser de esa sonrisa. Tampoco hay que analizarlo todo, quedémonos simplemente con el resultado.

Bueno, viendo que estoy incumpliendo la primera de mis premisas y me estoy extendiendo más de la cuenta. Pasemos directamente al relato, vamos allá…

Eran poco más de las 22 h. cuando los reyes y sus pajes nos dirigimos camino a la UCI del Hospital Puerta de Hierro. Protocolo diplomático, paso real, coronas alineadas, manos repletas de caramelos y un carrito de la compra con los regalos restantes tras el paso por Pediatría. Cruzamos la puerta del módulo 2 de la UCI Médica, y recibimos las consecuentes miradas cómplices de los trabajadores. Fotos, abrazos, paradójicas preguntas sobre la identidad a alguien que lleva una máscara… 

-                   -  ¿A qué pacientes podemos saludar?

La enfermera dijo tres nombres de pacientes cuyo estado permitiese esta sorpresa real, y allí nos encaminamos nosotros.

         
    En estas estábamos cuando se acerca una compañera, vestida de verde y con bata. Ni idea de quién era.
- 
              - Vosotros traéis regalos. Pero yo traigo unos pulmones.
-
-                     -   ¡Joder! (el caso permite el uso de vocabulario mal sonante). Para quién, cuándo, cómo….¿?¿?

-              - Soy la coordinadora de trasplantes. Están a punto de llegar dos pulmones para un chico joven. Esperemos que todo salga bien.

Tras una noticia así surgen un sinfín de comentarios y gratificaciones al respecto. Y entre esta marabunta de gente nos despedimos y nos acercamos al siguiente módulo de la UCI Médica.


Al entrar por la puerta, idéntico resultado al módulo previo, o a cada control de Enfermería que visitamos esa noche.
-        
                        -    ¿A quién podemos saludar?
-            
         - A Juan que es ….tal patología, a Sergei que es aquella otra… y a Andrés que es un chico pendiente de trasplante bipulmonar

… Atad cabos… A veces es suficiente con estar en el sitio correcto en el momento correcto. Y en ese instante, los reyes manejaban más información que el resto.


Ni que decir tiene que nos encaminamos directamente hacia el cuarto aislado donde se encontraba este paciente y le saludamos.
-        
              -   Andrés, nos ha llegado tu carta pidiendo unos pulmones. Haremos lo imposible.
-             
        - Gracias – nos dice su padre. De pie junto su cama- mientras él nos levanta el pulgar y sonríe.

Es evidente, la necesidad domina el instante. En esas situaciones ya puede ser un rey mago o cualquier curandero al que le entregas tu esperanza por mínimas que sean las posibilidades. Tanto tiempo esperando, marchitan a cualquiera.


No habían pasado 5 segundos cuando llega la coordinadora y le da la noticia:

            -  Los pulmones están aquí- venga, que nos vamos.
   

Los ojos de perplejidad y el abrazo entre padre e hijo será una de esas escenas que me acompañarán siempre.


En los minutos siguientes comenzó a llegar más y más gente para anunciar la noticia. Intensivistas, la neumóloga, enfermeras y auxiliares arremolinadas y celebrando el momento. Unos minutos de caos y alegría que no tenían nada que envidiar a los reportajes sobre El Gordo cada 22 de diciembre. No hay palabras para definir esa cascada de sentimientos y emociones, pero, como se dice de los chistes malos: así contado, no es lo mismo.




Podéis pensar que esto era el final, y si bien está cerca, aún nos queda un poco para alcanzarlo.
Entre ese revoltijo de gente mencionado, a alguien se le ocurrió coger un peluche del carro de los regalos y entregarlo al paciente. Y perdonadnos, pero quizás un perrito que ha atravesado todo un hospital no es el regalo más aséptico para un paciente que va a entrar en quirófano en 5 minutos. Los reyes cruzamos la mirada, asentimos y dijimos: hay que hacer desaparecer ese perrito.


Al aproximarnos a la puerta de su habitación nos dice el padre:
-     
-      -  No os lo vais a creer, es igual que su bichón maltés, canela con una mancha blanca en el ojo. Es idéntico.



Como es obvio, fin al plan del rescate del perro. Y sí, vuelvo a decirlo: la magia existe.





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