Bailemos

Y falleció. No sufrió. La suya fue una muerte tranquila, sin dolor, sin sobresaltos. Simplemente se dejó llevar.
Quizás no fue como a él le hubiese gustado que fuera. Quizás hubiera preparado aquel baile con su muerte con más detalle de haberlo sabido con más tiempo. Le hubiese encantado celebrar aquel último cumpleaños. Celebrar su vida y su muerte. Paladear aquel regusto amargo de las despedidas. Disfrutar sus recuerdos. Vencer poco a poco el miedo, moldearlo, ablandarlo, disfrutar por última vez de la reacción de su cuerpo ante aquella oscuridad. Colocarse decidido la venda sobre los ojos para ver con claridad lo que ya no será. Caminar orgulloso hacia la pista de baile, asir de la cintura a aquella eterna compañera de viaje y dejarse llevar por sus manos frías y firmes.
Si algún espíritu burlón le concediera un último deseo, sin duda volvería atrás unos meses, quizás un año, no necesitaba más. 


Sin confesiones
sin religión
no creo en la vida moderna

Lamentablemente los espíritus burlones no existen. Y como no existen no conceden deseos. La única manera de preparar este último viaje es saberlo con tiempo, lo que no siempre es posible. Los accidentes, los infartos fulminantes, las hemorragias masivas, las macetas voladoras y los autobuses descontrolados no tienen piedad y no conceden cinco minutos más. Vienen, te llevan por delante y se acabó. Sin adioses ni confesiones, sin un último te quiero ni un desesperado perdona. La vida se esfuma con un soplido y ya da igual si queda la vela, la llama o nada.

Seré libre.
No tengo nada que perder.
Libre como el pájaro azul

A mí me dan más miedo los vivos que los muertos. Me aterran las buenas intenciones. Creo que enfrentarme a un humano deseoso de demostrar piedad me produce más temblores que un miura, seguramente por lo muy improbable de esto último y lo mas que probable de aquello primero. No digo que la bondad y la compasión  sean sentimientos rechazables. Ni  tampoco quiero tachar de sociópatas peligrosos a las personas que fundamentan sus decisiones en estos valores. Lo que me aterra es que el filo de la compasión le corte la cabeza a la libertad. Lo que me hiela la sangre es ocultar la enfermedad, su gravedad o lo funesto de un pronóstico tras una cortina de piedad y de ignorancia. Arrebatar a un ser humano algo tan trascendente como los detalles de su salud, de su vida o de su muerte, privándole así de la posibilidad de tomar decisiones libres y coherentes me resulta cruel, carente de bondad o de compasión, casi inhumano.

No quiero conocer el pasado
quiero saber el asunto real
realmente no quiero saberlo
cuanto menos sepamos, mejor nos sentimos

David sabia que se moría. Sabía que no llegaría a vivir más de un año. Era plenamente consciente de que el cancer acabaría con él. Aquel espíritu suyo tan blanco y tan flaco se apoderaba de su cuerpo rápidamente transformándolo en un ser aún más aristocrático, más enigmático, más de otro mundo de puro blanco y flaco.
Su corazón intentó abandonar antes de tiempo hasta seis veces. Pero David no permitió que algo tan intrascendente como un saco de miocardio le dictase las últimas letras.  Su deseo era terminar aquel ultimo proyecto. El proyecto que ponía fin al principio de lo que le quedaba. Y quiso resucitar antes de muerto como Lázaro. Y quiso jugar con su vida y con su muerte. Y quiso dejarnos más enigmas y más magia y más talento y más letras y más bailes de acordes. Y quiso celebrar su último cumpleaños sabiendo que era el último.

  
Hay un hombre de las estrellas esperando en el cielo
le gustaría venir y conocernos
pero cree que eso nos haría explotar la mente

No se a quien agradecer que ningún familiar , allegado, amigo cercano o vecino lejano se erigiera en representante legal de la mente de David y de sus deseos.
Ocultar la realidad no cura la enfermedad ni aleja a la muerte. David vivió su ultimo año exactamente como vivió los sesenta y ocho anteriores siendo y sintiéndose libre. Libre porque no le quedaba más remedio. Libre porque era humano.



Por cierto, gracias Mr Bowie. Mil gracias
Alfredo S.

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