Bombas que hacen felices a los niños.
Noviembre
de 1940, en algún lugar al norte de Francia
"Se llamaba ArickSteinmetz
y tenia 29 años.
Era sin duda uno de los pilotos mas experimentados del III Luftflotte
, la tercera flota de la aviación del ejercito
nazi, encargada de los bombardeos en el suroeste de Inglaterra. Arick habia
participado en numerosas batallas en toda Europa. A los mandos del Heinkel He
111 surcó el cielo español en 1938 formando parte de la Legion Kondor, participó
en el bombardeo de Varsovia y visitó el cielo francés a principios de ese mismo
año de 1940. Era un veterano al que pocas veces le temblaba el pulso y que
confiaba en su instinto mucho mas que en sus superiores , los mapas o las brújulas.
Sabía en que consistía el trabajo y cómo hacerlo. Sabía incluso cuándo había
llegado el momento de desaparecer y
dejar a los valientes que se buscaran un sitio en la historia.
Aquella
tarde Arick se subió al Heinkel intuyendo que su misión sería de nuevo alguna
zona industrial de alguna ciudad del sur de Inglaterra. Era el sexto día
consecutivo que el morro de su bombardero ponía rumbo a tierras inglesas. Parecía
que Hitler quería sepultar aquella maldita isla bajo unas cuantas toneladas de
bombas y que no iba a dejar descansar a ninguno de sus pilotos hasta
conseguirlo. Arick comprobó los controles y los niveles en el cuadro de mandos
e hizo una señal pidiendo permiso para despegar. Los mil caballos del motor Daimler-Benz
rugieron como mil truenos generando el impulso suficiente para despegar las
ruedas del suelo francés y poner rumbo norte con la única intención de
arruinarles la noche a los compatriotas de Churchill.
El sol
de noviembre se retiró pronto permitiendo a Arick disfrutar de un apacible
vuelo bajo un manto cuajado de estrellas. Era una noche fría, tanto que el olor
del aire que entraba por las mil rendijas del fuselaje le recordaba las noches
de su infancia cuando salía con su hermano a coger leña del cobertizo del jardín
trasero. Echaba de menos su casa. Añoraba las cenas con su familia junto a la
chimenea mientras toneladas de copos sepultaban todo lo que se ponía en su
camino. Ese instinto que nunca le fallaba ya le había insinuado alguna vez
entre sueños que la guerra también sepultaría cualquier rastro de la vieja
Alemania de su infancia. Pera esta vez no serian blancos copos sino negras
bombas, tan negras como las llenaban aquella noche la panza del Heinkel.
Era un
soldado haciendo lo que se supone que un soldado debe hacer. Volar, consultar
datos de navegación, revisar el mapa de la misión, confirmar coordenadas,
apretar el botón, dejar caer dos toneladas de bombas, volver a la base, dormir
y volver a empezar al día siguiente. En el punto previsto, sujetó con fuerza la
palanca y tiró de ella hacia arriba. El rasguido metálico de la palanca activó en
la mente de Arick aquella serie de imágenes que se repetían cada noche como un
mantra de destrucción. Un gigante metálico se llevaba las manos al vientre y lo
rasgaba por el centro para separarlo después dejando caer cientos de cucarachas
al suelo entre estallidos, inundándolo todo de fuego y muerte.
La
altitud era la correcta, el lugar era el señalado en el mapa, la hora la
acordada, los rasguidos y crujidos metálicos del avión al abrir las compuertas
eran los habituales y los estallidos allá en el suelo atronaban con la conocida
música de destrucción. Sin embargo algo no encajaba. Algo no estaba saliendo
como Arick esperaba. Revisó una vez mas los datos. Recorrió mentalmente cada lugar, cada gesto, todos y cada uno de
sus movimientos desde el despegue sin encontrar el origen de aquella sensación.
Ignoraba lo que era, pero algo inesperado había sucedido escapando a su control
y se las había había arreglado para deslizarse por su mente haciéndole sentir tremendamente
incómodo.
Aquella
noche Arick soñó con su hermano. Ambos eran niños otra vez y salían a buscar leña
las noches de invierno. El aire olía a invierno y del cielo no caían bombas,
solo grandes copos que pintaban de blanco los tejados.
13
de Mayo 2016, BBC News.
Hoy, durante unos trabajos de construcción en el solar de un antiguo colegio en
Bath, una pequeña ciudad al suroeste de Inglaterra , ha sido hallada una bomba
de la Segunda Guerra Mundial. Había permanecido sepultada durante 56 años. El ejército
desalojó el barrio, y trasladó la bomba a unas instalaciones militares fuera de
la ciudad para proceder a su inactivación. Ante el riesgo de explosión durante
el traslado, los dos colegios de la zona han cancelado las clases, haciendo
felices a unos cuantos cientos de niños.”
Casualmente, el mismo día en el que se publicó esta noticia
sucedió algo que me hizo conectar ambos sucesos. Mi compañera estaba cuidando a una enferma
que había salido esa de mañana de quirófano tras una colectomia. Sus palabras
fueron “todo esta bien, la tension, el pulso, los drenajes, etc, pero hay
algo que no va bien, no me preguntes qué es, pero hay algo que no encaja”. Todos
hemos escuchado alguna vez estas palabras, incluso me atrevería a decir que
todos , en algún momento las hemos dicho. Nada objetivo. Nada científico. Nada
medible. Ningún motivo para dar la voz de alarma. Ninguna explicación posible.
Lamentablemente, aquella paciente estaba perforada y volvió
al quirófano aquella misma noche. Lamentablemente aun no tenemos disponible un
aparato que mida sensaciones. Algo que nos permita decir como aquel piloto
alemán, “las constantes están bien , pero el medidor de algo-va-mal está en
la zona roja”.
Fdo. Alfredo Serrano
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