El chocolate y la felicidad
Me encanta
el chocolate. Comería todos los días, a todas horas. Cuando estoy enfermo lo único
que me apetece comer es chocolate. Si estoy demasiado cansado para cocinar, un
trozo de chocolate es más que suficiente para matar el hambre y meterme en la
cama con una sonrisa. Son muchas las conexiones que el chocolate tiene con mi
infancia. El Cola-Cao por las mañanas, el chocolate con pan o la Nocilla para
merendar, el chocolate con churros los días de fiesta, las tartas de chocolate
en los cumpleaños, las monedas y hasta los cigarrillos de chocolate eran fundamentales
para los niños de mi generación. No soy
el único que recurre al chocolate al final de un día difícil o cuando la vida
trae una temporada con el viento en contra.
Buscando
los motivos por los que el chocolate tiene ese poder encontré algunos datos
curiosos. Resulta que el chocolate contiene una molécula llamada Anandamida
(N-arachidoniletanolamina), un lípido que se une a los receptores de
cannabionoides con alta afinidad y que provoca un efecto muy similar al que producen
el cannabis. El mecanismo de acción no se conoce bien, pero ese efecto sobre nuestro
humor es de sobra conocido. No es de extrañar que “Anandamida” derive a su vez del sanscrito “Ananda” (आनन्द, ānanda) que significa alegría, felicidad
extrema.
Tirando un
poco más del hilo descubrí cosas aún más interesantes. Ananda Kanda es uno de
los chakras menores. Este chackra está asociado con Anahata chakra que se
encuentra detrás del esternón y que es nada menos que el chakra del
amor incondicional y la unidad con la vida, y que conecta nuestro nivel
físico-emocional con el nivel mental-espiritual.
La tradición budista
le atribuye al ser humano un vacío existencial con el que convivimos y cuyos
efectos cada uno intenta atenuar como bien puede. Este agujero negro interno no
se sacia con cosas materiales, con logros profesionales ni con reconocimientos
sociales, ya que el vacío es infinito y del mundo material solo podemos obtener
cosas finitas y frágiles que desaparecen casi en el mismo instante en el que se
alcanzan. El budismo cree que la búsqueda de todos estos elementos materiales
solo lleva al apego mientras los poseemos y al dolor cuando desaparecen. Tiene
cierta lógica entonces que para saciar ese vacío infinito necesitamos recurrir
a elementos igualmente infinitos. Pero, ¿dónde podemos encontrar ese misterioso
ingrediente infinito que nos rescate de una existencia tan precaria?, pues
bien, El Buda lo dejó meridianamente claro al afirmar que en el interior de
cada ser humano existe el amor infinito e incondicional, una energía que nos
conecta con nuestra existencia real y con la existencia de todos y cada uno de
los seres y cosas con las que compartimos el universo. Curiosamente esta explicación,
con más o menos matices, es compartida por otras religiones, lo que me hace
pensar que algo de verdad tiene que haber cuando el rio suena tanto y con
tantas voces distintas.
Hace ya unos
años una de las profesoras de la escuela de enfermería enuncio una frase que ha
resonado en mi cabeza desde entonces. Aquella mujer, de pie delante de todos
dijo “la única manera de cuidar a un
paciente de verdad es quererlo”, y se quedó tan a gusto. Mi reacción inicial, llevado por una fe ciega
en la ciencia y el método, fue un rechazo absoluto a aquella afirmación. Las
emociones no tienen lugar cuando con lo que estamos trabajando son verdades técnicas
demostradas utilizando el riguroso tamiz científico. Los años han puesto a cada
uno en su sitio y ahora creo sinceramente que el mensaje de aquella profesora
encerraba una de esas verdades absolutas que raramente se manifiestan. Una
verdad que es coherente con el mensaje de El Buda y de Jesucristo, con su Dios
es Amor, entre otros. Ese amor incondicional e infinito que está en nuestro interior
tiene que ser entregado, exprimido hasta la última gota en cada una de las cosas
que hacemos. Nuestra profesión, nuestra familia, pacientes, amigos, enemigos,
allegados, desconocidos, compañeros de autobús, de ascensor, aficiones, hasta
el no-hacer del domingo por la tarde son los destinatarios de esa energía interna.
Paradójicamente solamente cuando todo ese amor se ha entregado es cuando el vacío
existencial comienza a desaparecer.

Como resumen podríamos
decir que pegarse un atracón de helado de chocolate ni cura las penas ni ayuda
con la dieta. Sin embargo, me gusta pensar que el chocolate es capaz de llegar
hasta ese lugar en el que habita la magia de la vida y hacernos unas pocas
cosquillas, solo para recordarnos que ese vacío que a veces sentimos empieza a dejar
de doler en el mismo momento en el que decidimos entregar el cien por cien de
nuestra esencia.
REFERENCIAS
1.
M Maccarrone & A Finazzi-Agró. The
endocannabinoid system, anandamide and the regulation of mammalian cell
apoptosis. Cell Death &
Differentiation. volume 10, pages 946–955 (2003)
2.
Maria Scherma, Paolo Masia, Valentina Satta,
Walter Fratta, Paola Fadda, Gianluigi Tanda . Brain activity of anandamide: a rewarding
bliss?. Acta Pharmacologica Sinica. volume 40, pages 309–323 (2019)
3.
Chakras: Los centros de Energía. Revista online “YOGA
EN RED” https://www.yogaenred.com/2013/08/05/chakras-los-centros-de-energia/
4.
Y por supuesto Wikipedia
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